Café
 Monday, February 12, 2007

La Santisima Trinidad de Santivañez



Escribe: Dany Erick Cruz Guerrero

Corpulento, macizo y pulcro, vistiendo una cafarena negra de cuello redondo y una gran cruz dorada sobre el pecho. De rato en rato halagándose el mentón con la mano derecha, el codo apoyado en el brazo del sillón que le ha tocado ocupar en el centro de la mesa de panelistas, quizá un poco incómodo por la noche de julio en la del eterno calor. El auditorio del edificio de ex-rectorado de la Universidad Nacional de Piura está lleno de jovencitos cansados sin mayor expectativa que el vino tinto que no vendrá más tarde, salvo que cada uno baile con su pañuelo, de hecho. Una pregunta al aire, la respuesta viene del aire: son los alumnos de Gutarra, dijo que iba a pasar lista.
Se rememoran tiempos de farra y poesía: el jirón Cuzco, la avenida Bolognesi, Los sueños de Ecce Homo, El cuchillo entre los dientes… el olor a santidad propicio para que Burneo resalte de Santiváñez los ímpetus de irreverencia y contradicción, porque los dichos atuendo y apariencia, a decir de nuestro mayor crítico, son más propios de un párroco que de un poeta de la estimación de Santiváñez. Pero eso no es lo único, eso se agrava con el título y el libro que desde tierras lejanas nos viene a presentar: Eucaristía (Tsé≈Tsé, 2003), rótulo cuya propuesta de sacralizar lo profano[1] tendrá rápida acogida entre nuestros noveles poetas (sorry, patas, no es contra ustedes). Alimentados ellos (también), además, de cierto talante con el que se autoreclaman hijos (y naturales, de seguro) o, a lo mucho, nietos de Huidobro, el poeta chileno que le tuvo tiña a la Naturaleza y nos obligo a oír el disueno de llamarla “chocha”, cuando tan elogiada y respetada hubo sido por Kant.
¿De dónde habrán aprendido eso de señalarse a sí mismos como marginales (palabra que convendría subrayar o poner entrecomillada)? Así se pregunta, por impulso de las musas, quien esto escribe. Cuentan las lenguas educadas que allá por los comienzos del siglo XVII un viejito demente llamaba sabio a quien las hazañas y aventuras suyas escribía o escribiría. ¡Pero era el sabio quien ponía esas palabras en boca del viejito! ¿De allí aprendieron? ¿Habremos, entonces, de juzgar al maestro por los excesos del aprendiz? No, ciertamente. ¿Desearan las portadas de los suplementos culturales de los diarios para quejarse de no tener espacio donde verter sus opiniones y conocimientos, bien ganados, sin duda, a fuer de pestañas quemadas y ceniceros llenos y chatas vacuas? ¡Oh, musas, amparadme en este trance, que Dios es humano y albicante, así como surrealista y comerciante! Tan manoseado está, El Pobre, que ya ni los sacerdotes (excepto nuestro magno cardenal) rezan el Padre Nuestro para no caer el lugar común.
Pero volviendo a lo nuestro: ¿Necesita lo marginal señalarse como marginal? ¿O debe ser señalado desde lo no-marginal para ser marginal? ¿O son puros cuentos que nos cuentan para llenarnos de miedo y en el grito meternos el dedo a la boca? Mejor alcoholemo la cara / e lavémono la vista, como dijo alguna vez don Luis de Góngora. Y como quiera que quien esto escribe también algunas horas a gastado en elucubrar secuencias lineales (horizontales y verticales, por si acaso) de palabras con propósito sanamente literario, es lícito que se le deje decir que también quiere ser marginal para que la oficialidad le reconozca tal estado, pues, como otro sabio decía, que es bien fácil hacer la revolución con la refri llena y beca de por medio.Así, pues, ¿será bueno, a estas alturas del siglo XXI, allanarse a los designios de las musas? ¿A quién se dirige la pregunta? Carajo, debiera irme a dormir en esta noche de insomnio, en lugar de emprenderla contra quienes son dignos ejemplos a seguir y amarrarme el hocico, en todo caso, trapearmelo. Pero para terminar este desvarío (que hay que llegar a las mil palabras y faltan más de trescientas), debe decirse que la hora de firmar la portadilla de Eucaristía llegó, no sin antes haber todos oído, no sin deleite, los no poco musicales versos de nuestro poeta, que entró en tal éxtasis verbal que de no haberle alguien avisado caletamente que ya era hora, que el edificio se cerraba, habríamos tenido una noche más memorable por la abundancia de poesía.La dedicatoria del ejemplar eucarístico que quedó en propiedad de quien esto escribe, después de consignar el pequeño nombre del destinatario, pone “esta rara poesía”. Y vaya si es rara. Muchos se sentirán ante ella como debieron de sentirse aquellos que no pudieron entrar a la comunidad hermética de los pitagóricos, o, sin irnos tan lejos, como aquellos que no ingresaron a la universidad a la primera (que son muchos) ni a la segunda (que son tantos como en la primera) ni a la tercera. (¡Ya faltan menos de doscientas!)¿Algo, doctor, hemos podido ver claramente? No sabemos. O, mejor dicho, sí: nos ha sido revelada la circunstancia de autoreconocernos incapaces, por ahora, de penetrar al detalle en ese universo mágico-religioso (faltan casi ciento cincuenta) donde el lenguaje es una orgía presidida por Rocco y secundada por Adonis y Paris, y aplaudida de faunos ezraítas (de Pound) que muerden los pezones de Beatriz, Stella Maris, Lourdes y el séquito de ninfas que las acompañan en la bruma del deseo impoluto y satisfecho: “Créame pura en la pureza purificada / En la purificación de tu rebeldía” (p. 23).
Y para terminar (que ya faltan menos de cien palabras), volvamos a la noche del 16 de julio del 2003. Le juro, doctor, que regresamos al campus. ¿Habíamos estrechado la mano de un poeta o de un párroco? Después de tantos años creo que de un párroco que quiso ser poeta y supo conciliar ambas naturalezas para iniciar el canto. Creo, además, que esa fue mi intuición cuando me senté junto a mis amigos a esperar el desfile en traje de noche. Estoy casi seguro… y no sigo, porque mi profesor de literatura latinoamericana sostiene que debo leer más poesía.
[1] Cfr. la reseña publicada en Ajos & Zafiros Revista de Literatura Nº 7, 2005, p. 237-239.

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Luis Alberto Castillo: Poesía y locura



Por: Dany Erick Cruz Guerrero

Descubrí la poesía de Luis Alberto Castillo (Piura, 1951) durante mi tránsito por los ambientes de la Universidad Nacional de Piura. Apenas cursaba el segundo semestre cuando leí Y era la noche oscura (Lima, 1998), un breve libro que en principio me ganó por su cubierta negra, la única de ese color en el estante de libros, con un grabado de líneas negras firmes y definidas sobre fondo blanco que presenta a un hombre y una mujer vestidos a la usanza cortesana en lo que parece ser el patio interior de un castillo. Del macetero que media entre ambos ella toma una flor y con gesto delicado se la ofrece a él, que acepta el presente no sin cierta reticencia y elegancia. Desde la portada el libro está lleno de sugerencias.

La primera impresión que me causó la lectura de los poemas fue, para decirlo con las palabras de Pedro Lastra, la de «una vivencia aleccionadora». Los pasajes más vívidos que quedaron resonando en mi interior son los que se refieren a la soledad, acaso porque yo acababa de descubrirla, o inventármela. Pero, sobre todo, me sedujo la armonía entre música, ritmo y significación de los versos: la sucesión de imágenes y sonidos fluyendo en un lenguaje sobrio y a la vez intenso que sin darme cuenta ya me habían puesto entre los lectores frecuentes del pequeño volumen, ya que no entre los buenos que, según Edgar O’Hara, «ahí andan, de seguro». Sin embargo, en la satisfacción posterior a la lectura, una fisura abierta contra sí misma por el propio estremecimiento de la voz poética me llamaba como alertándome que entre la lucidez y la ironía que acompañan el intenso y sabio lirismo, esa noche oscura ocultaba la verdadera y más profunda revelación: la salvación entre la locura y la poesía.

Tal vez era que, sin ser opuestas, la locura y la poesía eran dos aspectos ––y no los únicos, por cierto–– de un asunto de suma importancia para el emisor de la voz poética. Su existencia dependía, por un lado, de su capacidad para articular su voz y, por otro, de su capacidad para escucharse y hacerse escuchar por los demás (los otros personajes y personas, de ficción y de realidad, dentro y fuera del libro: Melibea; Martín Adán, Oquendo de Amat, María Emilia Cornejo, Sigmund Freud, Robert Desnos, The Beatles, etc.; y, entre los más importantes, el lector). Por eso el desenlace de “Melibea negada por las palomas de la plaza San Francisco”, el poema capital, es tan dramático: el yo poético no solo es arrojado (o se arroja) a la oscuridad de la noche, sino a la noche muda y sorda (porque se ha quedado sin Musa y, por tanto, sin palabras, sin voz), allí donde tanto el instante como el silencio son eternos (y quizá una sola y misma cosa). La clave está en el epígrafe que Castillo eligió para el libro: El instante es eterno. Este verso de Martín Adán pertenece a un soneto cuyo tema es la creación poética como una labor que obliga permanentemente a reconocerse y perderse, es decir, que la propia identidad es presente pero inasible. Por eso Adán termina el soneto diciendo «¡Temo el hacer que me impone la lenta poesía!».

Y con ese temor, pues, la vida para el yo poético será un vano transitar sin asideros por la urbe ––imagen del mundo–– en busca del aliento y la palabra del ser amado, del otro y de sí mismo, sin encontrar sino el silencio o el bullicio. Ya ni siquiera el reconocimiento del pasado (la tradición si queremos leerlo como una poética) sirve de consuelo, ni tampoco el haber intuido y precisado el origen del malestar contribuye a menguarlo. «Nada detendrá la noche», se lee en el poema “Oquendo de Amat (1905-1936)” (p. 30).

Locura o Poesía. Enloquecer o Poetizar. El mismo dilema en que se vieron otros autores con quienes dialoga el libro. Martín Adán eligió el «exilio de adentro», como ha señalado Mirko Lauer, y que, entiendo, fue una forma de optar por ambas: seis meses en el manicomio, seis meses en bares, cantinas y prostíbulos limeños; pero siempre escribiendo. Mientras que por su parte, Oquendo de Amat («Tuve miedo/ y me regresé de la locura» podemos leer en “El poema del manicomio”) prefirió el «exilio de afuera» y encontró la muerte en Guadarrama, España, víctima tanto de la tuberculosis como de la Guerra Civil Española. Castillo escoge el silencio. El problema ya se lo había planteado en Melibea & otros poemas (Lima, 1977), libro que se puede leer como la contracara de Y era la noche oscura, pues mientras la lucidez de éste apunta a descifrar, por lo menos, tres misterios centrales: la palabra, la soledad y el tiempo; aquél se entretiene en un prosaísmo que, precisamente, lo distrae de los temas mencionados, aunque sin opacar demasiado su propia estética. Así, si en 1977 escoge la locura, en 1998 se replantea el asunto y opta por la poesía, aún a riesgo de mutua abolición (el silencio o el bullicio).

En el periodo de poco más de veinte años que hay entre ambos libros, Castillo no ha estado alejado de la creación poética. Es una lastima que ni durante ese tiempo ni después haya publicado más de sus trabajos. Su nombre, no obstante, ha estado presente en el ámbito cultural. Sus apuntes, notas y reseñas han aparecido en la revista la Casa de Cartón de Oxy. Ha sido incluido en las antologías Los otros (Piura, 1986) y Panorama de la poesía piurana actual (Lima, 1999) preparadas por Alberto Alarcón, Antología comentada de la expresión literaria contemporánea en la Región Grau (Piura, 1992) de Sigfredo Burneo y Poesía Peruana Siglo XX Tomo II (Lima, 1999) de Ricardo Gonzáles Vigil. Un poeta de valía, ciertamente, a quien es harto satisfactorio leer y revisitar.

Lima, marzo de 2006.

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 Tuesday, November 28, 2006

La Condición Emocional Superior del Poeta

ENSAYO de Marcoantonio Paredes

Se ha extendido una gran creencia, mítica, que el poeta lo es cuando su condición adversa lo predispone "naturalmente" para el atractivo de la musa. De éste modo lo contrario conllevaría a perderse en el mundo de los sanchos, donde los quijotes mueren aspirados por las fauces de la miserable fe de los que no creen en otros mundos posibles. Con lo cual se cree, lo he oído y leído, que la condición original para el poeta es la de ser pobre o estoicamente sufrir todas las debacles juntas para poder cuajar en él la inspiración y adquirir la sensibilidad. Esto relacionaría directamente la capacidad para creer y recrear del escritor, del poeta, de su sensibilidad a algo físico o material. Entonces es menester que el poeta ande sucio, mal oliente, hambriento, desaliñado, despeinado, desgarbado, roto, etc., para que aquellas funciones de la creación se activen cual divinal halo adánico. Es verdad que la historia literaria lleva registrada una serie de dramas de hombres que apelando a su destinado menester poético, han aceptado la fatalidad como la única consecuencia para coronarse del laurel.

Es verdad que nada más "alado objetivamente" se puede escribir si no se ha padecido, y que la comprensión sublime de las condiciones sociales del hombre y la profunda faz sombría de la humanidad no se pueden captar sin la menor experiencia de la adversidad. Pero tampoco podemos decir que las capacidades poéticas se ven anuladas cuando las condiciones materiales cambian para la bienandanza del poeta. Pues la sensibilidad del poeta, y llámese poeta al hombre que aspira el universo y su mundo para luego expirar cielos, flores, paraísos, perfumes aunque eso signifique no escribir una sola palabra nunca; no se encuentra condicionada por su bolsillo. La condición del poeta pertenece a la capacidad Emocional Superior. Ser poeta es ser un creador y viajar alado ígneamente por los jardines de la divinidad; y expresar lo que sentimos es recibir de boca de la misma divinidad su perfumado canto, el cual dependiendo, eso si, de nuestra condición moral y valorativa individual la captamos de un modo u otro. Ser poeta es ser un semidios.

Es repetir su papel creador y recreador. La divinidad posee todos los apartados rincones del Universo, desde los más pequeños e ínfimos hasta los más grandes y terriblemente inconmensurables y no obstante su condición poseedora sigue siendo poeta, hasta en el caos hay una musicalidad interior reinante. Entonces el verdadero poeta no depende de las condiciones materiales o del mundo. Su condición va más allá de la materia dura o del frío intercambio oneroso por su hacer. Su sensibilidad, su magia para crear y recrear seres, mundos y universos, obedece a un poder superior y eterno. Sus emociones son superiores y eternas y no se desfiguran fácilmente por el esputo fortuito de la fortuna. Estar cerca a ser un dios nos pone mucha más cerca de la ojos de los niños de las calles, de los brazos viejos y cansado de las madres abandonadas, de la calvas asoleadas y duras de los ancianos; y de las remotísimas y antiguas malcriadeces de nuestro prójimo. Aquel que deje de sentir esto en cualquier circunstancia de la existencia, nunca ha sido poeta y nunca lo será.


Marcoantonio Paredes
SOCIEDAD 13

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 Monday, November 20, 2006

UN ANGEL DEL ABISMO

ESCRIBE: EDGAR BRUNO

En la década de los ’90 del siglo pasado apareció en las tierras solares de Piura un iconoclasta grupo literario que respondía al nombre de “Ángeles del abismo”, haciendo alusión a aquellos ángeles desterrados por su rebeldía, por ser oscuros y a quienes se les había negado tener un lugar en el paraíso. Parecidas características tenían los jóvenes integrantes de este grupo. Ellos expresaron la visión del desencanto de toda una generación que le toco vivir años oscuros, que dejaron sus improntas; proclamaron la renovación de la literatura regional y lo lograron a base de un esfuerzo conjunto. Este renovador grupo estuvo integrado por Cosme Saavedra, Ricardo Musse Carrasco, José Díaz Sánchez, César Gutiérrez, Luis Ordinola, Elver Agurto y otros.

En las líneas siguientes nos acercaremos al trabajo narrativo de uno de ellos: Cosme Saavedra

Nació como poeta, pero poco a poco incursionó, con gran éxito, en la narrativa, sus cuentos han aparecido en plaquetas y revistas del grupo al que perteneció (éste fue el mejor medio para dar a conocer sus creaciones: se repartían en los encuentros literarios, recitales; y circulaban de mano en mano entre sus lectores).

Cosme Saavedra no ha publicado un libro en su totalidad, pero sus cuentos han aparecido en revistas de literatura muy importantes como “Sietevientos”, en ésta se han publicado dos renovadores cuentos: “Ya no llovería para julio” y “Alicia su cuerpo en otros cielos”. Tiene dos novelas inéditas: “Mariana en el purgatorio” y “El santuario de Walac”; Actualmente trabaja en su tercera novela: “La flores cambian de piel”.

La narrativa de Saavedra, a pesar de sus pocas publicaciones, refleja la visión de un joven que quiere hacer grandes aportes a la Narrativa regional. Su trabajo está íntimamente ligado a la poesía, porque en sus trabajos se siente un tono melódico muy característico, sin caer en lo cursi; sus textos guardan en sí aliento poético, concisión y no cae en enrevesamientos que sólo aburren cuando no se utilizan con maestría. El lenguaje que utiliza es el demótico, porque sus narraciones no caen en barroquismos, sino que utiliza un lenguaje claro, sencillo y directo, como el que utilizamos a diario en nuestra vida. El estilo de Saavedra es el cartesiano, porque muestra directamente los núcleos de la narración, no utiliza el estilo barroco, prefiere ser concreto y vívido, no recurre a lo intricado y oscuro.

El trabajo de este novel narrador refleja un buen uso de las técnicas contemporáneas de la narración, creando un clima donde los personajes se desenvuelven libremente. Saavedra entrega los datos de la narración de manera proporcionada y no de un solo golpe, manteniendo un clima natural y no forzado.

YA NO LLOVERÍA PARA JULIO
En “Ya no llovería para julio” relata la historia de un joven llamado Sigmund que se enamora locamente de Mariana, involucrándose con ella, pero teniendo siempre como obstáculo a la madrastra de la jovencita. Este cuento se ambienta en 1983, en el período diluvial que padeció Piura. Ellos se amarán en secreto y las lluvias continuaban, pero todo tiene su final; éste llegaría pronto y ya no volverían a disfrutar de sus encuentros furtivos, no encontrarían la excusa perfecta para amarse. Las lluvias acabarían en julio, por ello el título del cuento

En “ya no llovería para julio” se presencia claramente el interés por la geografía y convulsiones de la naturaleza
[1], línea temática que tiene como principales narradores a Genaro Maza y Mario Palomino. Cosme Saavedra toca el periodo diluvial de 1983 desde otra perspectiva, la del amor y logra impactar con un amor juvenil, que para muchos puede ser trivial; un amor juvenil que le interesa seguir el Carpe Diem, pero que se ve truncado por la ausencia de las lluvias.


[1] Cf. BURNEO SANCHEZ, Sigifredo. Antología comentada de la expresión literaria contemporánea en la Región Grau. Piura: Sietevientos editores y Ediciones Ubillús.1992.

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 Monday, November 06, 2006

I SELECCIÓN REGIONAL DE CUENTOS, PIURA

Escribe : José Lalupú

Acabo de leer la I Selección Regional de Cuentos, Piura; y su lectura me ha suscitado algunas reflexiones:

El cuento “La Ciudad, la arena” de Ángel Hoyos resulta ser la más grata sorpresa de la selección. Sin temor a equivocarme puedo asegurar que, llevándole varios cuerpos de ventaja al resto de trabajos, resulta siendo el mejor de todos ellos. Es digno de elogio su atrevimiento para tratar un tema y una historia atípicamente piuranos, sin que uno pueda dejar de reconocer que el espacio en el que la historia transcurre es nuestra soleada Piura (aunque, irónicamente, en la historia ya no quede casi nada de ella). Ángel Hoyos logra ser osadamente original presentándonos una historia futurista, un relato que transcurre en marzo del año 2013. El cuento, por la profusión de imágenes apocalípticas, se pone mejor conforme uno avanza en su lectura. La capacidad de Ángel para adentrarnos en un espacio geográfico, en un clima, en una atmósfera ficticia que en ningún momento deja de ser creíble, lo que logra a base de una construcción acertada de paisajes y escenarios; el dominio de los diálogos y el sentido de la acción que nunca deja de discurrir y, sobre todo, el ensayo de un tipo de ficción inexplorada en nuestra literatura, nos convencen de que estamos ante un texto histórico.

Nos ha gustado también el cuento “El hipnotizador” de Josué Aguirre Alvarado. De más está comentar su evidente apuesta por un tema distinto, habría que elogiar más bien el impecable drama instalado en el relato, la energía vital que destilan los personajes y el efectivo uso de los diálogos del que hace gala el autor. Este trabajo y el de Ángel Hoyos, por la búsqueda de la fotografía y por la impresión de que una cámara nos lleva a lo largo de toda la acción, se acercan agradablemente al cine.

Aunque no sea necesario disfrutar del tema propuesto en su relato, el registro de Miguel Hernández resulta seductor, porque su prosa tiene la capacidad para atrapar inmediatamente al lector. Pese a su brevedad la repetición innecesaria de las ideas a lo largo de la primera parte del relato nos hace pensar que este cuento podría haber sido más breve aun.

A propósito del cuento “Cavar un hoyo o la cruz de los Juárez” de Julio Carmona, debemos decir que sin dejar de ser un gran relato dramático y sin dejar de estar a la altura de una selección regional, preferimos los de su libro Recuentos. Extrañamos esta vez, esa inolvidable tensión dramática que hace que uno lea las historias de un tirón, sin perder jamás la atención por la historia narrada y que aquí se pierde en un juego de tiempos narrativos por momentos innecesario.

Los cuentos hasta aquí citados me parecen lo mejor de la selección. Me siento tentado a hacer una selección de la selección porque pienso que estos relatos realmente proponen algo distinto, tienen una fuerza interior y una frescura que van a renovar nuestra literatura. Sin embargo debo mencionar que relatos como “El Cumananero” y “Un tierno favor” me resultan lamentables; y que relatos como “”Ladrón de cuentos” y “Qué me pasa doctor Freud” me dejan descontento sobre todo por el hecho de estar incluidos en una selección, y por razones que expondré a continuación.

Si bien es cierto que Luis Aurelio Seminario en “Ladrón de cuentos” y Enrique Villegas Rivas en “Qué me pasa doctor Freud” nos proponen ideas frescas y hasta cierto punto originales, en tanto recrean lúdicamente una ficción en la ficción el primero; y en tanto pretende adentrarse (fallidamente, opinamos) en la conciencia vesánica de un hombre y en dos realidades paralelas el segundo, considero que su inacabado manejo del lenguaje terminan haciéndolos naufragar en el intento por construir un relato llamativamente estructurado. Es evidente en Luis Aurelio Seminario su falta de lecturas, que seguramente con el tiempo superará.

Haré un comentario conjunto de los relatos “El Cumananero” de Jorge Antonio Benites Castro y “Un tierno favor” de Pablo Enrique Medina Sanginés, de raigambre costumbrista, porque considero que comparten los mismos desaciertos. Pero antes debo hacer una digresión necesaria: Desde que en el año 1969 Miguel Gutiérrez publicó “El Viejo Saurio se retira” la literatura piurana dejó de ser solamente la descripción costumbrista de lo rural y con esta obra no sólo se empezó a tomar como tema la ciudad, sino que se ensayó fórmulas y técnicas que lanzaron a nuestra literatura al ámbito de lo moderno. No tengo nada en contra de nuestra literatura de espíritu costumbrista. Obras como “Chicha Sol y Sangre“ de Francisco Vegas Seminario o “Romance en el coloche” de Jorge Moscol Urbina, anteriores a “El Viejo Saurio…” y obras como “Froilán Alama el bandolero” de Espinoza León, por citar una de ellas, posterior a ella, son composiciones de altísima calidad, dignas representantes de nuestra literatura regional anterior. Esa que precedió a los Cronwell Jara, los Houdini Guerrero, los Cosme Savedra, los Angel Hoyos de nuestra modernidad literaria.

Pero entonces, me pregunto, para qué repetir, como lo hacen los seleccionados Jorge Antonio Benites y Pablo Enrique Medina, las mismas fórmulas, el mismo estilo que ya los maestros Espinoza León y Jemu han sabido recrear magistralmente, qué novedad puede aportar la misma descripción idílica del campo, el enarbolamiento de la misma estampa costumbrista. Ojo, no digo que la literatura costumbrista en Piura esté agotada y que como tema ya no pueda ser retomada por los autores. No, lo que digo es que si se va a retomar que se cambie la forma de hacerlo, que se propongan nuevas fórmulas. En ese sentido, considero que los dos últimos autores mencionados, no aportan absolutamente nada. Su descripción del río cristalino, del campo chapuzado de algarrobos, del campesino atado a su querencia, son hasta cierto punto ingenuos, sosos y predecibles.

Sería injusto, sin embargo, incluir dentro de estos últimos, el trabajo de William Boyd Morán: “Adversidad” que siendo de temática costumbrista, más que centrarse en la estampa, prefiere la construcción de un drama en varios tiempos narrativos que resulta conmovedor y efectivo. Y lo mismo podría decirse del relato de Julio Carmona que teniendo como escenario un paisaje rural busca conmovernos con el drama de un hombre condenado a muerte.

Pondré fin a esta pseudocrítica apuntando dos cosas, uno: que aunque sólo se seleccionaron nueve relatos (pese a que en la convocatoria se dijo que serían diez) creemos que por la calidad de varios de ellos la selección podría haber sido más corta aun. No entendemos la inclusión de ciertos relatos, suponemos que fue por falta de mejores trabajos; y dos: que esta selección regional termina estando llena de claroscuros: Por un lado nos presenta relatos de pobre concepción y ejecución y por otro, autores novísimos con grandes ideas y con gran proyección. No deja de ser alentador, sin embargo, que estos últimos, coincidentemente sean los autores más jóvenes.

posted by ATHENEA @ 4:44 PM   0 comments

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CRITICA LITERARIA